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Bartolín 3 Vida Sana
Pasaron 3 meses y me di cuenta que aquel lugar no era para mí, pero claro el médico me aconsejó bajar de peso.
Pensando , pensando me acordé que mi amigo Ricardo jugaba al tenis. Dije, esto es lo mío. Volví de nuevo a pasar por la tienda de deporte para comprarme la ropa adecuada.
No tenía ni idea de jugar a este deporte pero ilusión y ganas, muchas, quería bajar de peso.
En este caso los días para jugar al tenis eran los sábados y domingos . Me comentó mi amigo que también se hacían unos campeonatos al final de la temporada, eso me animó.
Poco a poco me fui adentrando en este deporte, pero me daba cuenta que tampoco me llenaba lo suficiente, así que solo estuve una temporada y lo dejé, de nuevo se me vino a la cabeza que tenía que volver a ir al médico y todavía no había perdido casi nada de peso.
Ya me estaba agobiando, hasta que un día un compañero de trabajo comentó que hacía senderismo, que era socio de un club. Me apunté y comencé a participar en todas las rutas que hacían, fue maravilloso, pude ver los alrededores de la zona dónde vivía, la tenía la lado pero nunca la contemplé de las misma manera que lo hacía con todos los compañeros del club.
Poco poco hice piña con casi todos los del grupo, hablábamos y sin darme cuenta me encontré con una segunda familia. Además de compartir el deporte, compartimos experiencias personales.
Bajé los 10 kgs que me sobraban, mis niveles de colesterol se normalizaron, sintiéndome menos cansado.
Han pasado ya unos 6 años, el senderismo ha hecho que me sienta mucho mejor tanto física como emocionalmente.
Hacer deporte nos hace liberar sustancias químicas que nos hacen sentir felicidad y bienestar.
«Hay muchas maneras de hacer deporte,
busca la tuya, ganarás en salud física y emocional».
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Bartolín 2 La Motivación
«Nunca es tarde si la dicha es buena», dice un refrán.
Siendo un adolescente ya apuntaba maneras para ser actor, al menos eso decían mis amigos, pero las circunstancias en aquellos momentos no eran las adecuadas para poder estudiar Arte Dramático. Me enamoré muy joven, rondaba los 17 años cuando conocí a la que hoy es mi mujer, Andrea. Con tan solo 20 años nos casamos, tuvimos 2 hijos, Alberto y Cristina.
Me quedé en segundo curso de Económicas; una vez casado me fue muy difícil el poder seguir con los estudios, tenía que trabajar y a veces echar horas extras llegando muy tarde a casa ¿y quién tenía ganas de estudiar…?
Los primeros años de casados fueron maravillosos, los niños tardaron en llegar, pasaron como 5 años.
Un día, cuando ya contaba con unos treinta y pocos años, llegó a mis manos, no sé cómo, un folleto en el cual decía: “Si te gustan las artes escénicas no dudes en venir a nuestro taller de teatro”, lo doblé y guardé en mi cartera, ni siquiera se me pasó por la cabeza el apuntarme.
Pasó el tiempo, creo recordar que unos 3 meses y haciendo un repaso de mi vida , me hice muchas preguntas, dándome cuenta que se me habían pasado más de 10 años en un suspiro, me dije: Bartolín tienes que espabilar.
Me dí cuenta que vivía sin motivación, que mi vida era toda una rutina y así fue como empecé con mis clases de teatro, pero no fue en el taller, yo a lo grande , me matriculé en la Universidad para hacer Arte Dramático.
Cuando volvía de la Universidad, después de haber abonado la matrícula, me sentía contento pero al mismo tiempo con miedo al fracaso, esa noche no pegué ojo, me asustaba el no poder ir al trabajo por el cansancio u otro motivo, tenía 2 hijos y una responsabilidad como padre.
Pero poco a poco empecé a sentirme más tranquilo cuando veía que podía compaginar el trabajo con las clases.
Fue una experiencia maravillosa, la motivación por conseguir ser actor era tan grande que disfrutaba antes, durante y después de ir a clase, yo creo que andaba embriago de una manera natural, mis hormonas estaban a tope, para nada se me hizo una carga estudiar y trabajar, ¿ por qué? porque era mi ilusión desde niño.
Hoy a mis 50 años, estoy en un grupo de teatro y no paramos de actuar.
“Objetivo cumplido”
Vivir sin motivación nos hace meternos en la rutina, nos olvidamos de nosotros y de nuestras ilusiones.
Por eso es primordial pensar en positivo, visualizar nuestros objetivos y que nos apasione nuestra meta, de esta forma llegaremos.
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Bartolín 1 La Fuerza de voluntad
Nunca imaginé que a mis 50 años, tuviera que adentrarme en el mundo de la diabetes.
Todo comenzó un febrero de hace dos años, en una analítica de rutina, el azúcar estaba un poco alta, no le di importancia, mi doctora tampoco, me comentó que bajara la ingesta de hidratos y dulces y nada más, ahí quedó todo.
Lo cierto es que hice casi lo correcto, lo único que cada sábado desayunaba con mi amigo Agapito en la panadería del pueblo y las tostadas con mantequilla y mermelada hacían de mí un hombre feliz (mal hecho por comer).
Pasaron tres meses y una tarde estando en mi casa, haciendo la siesta como cada día(podía hacerla, salía del trabajo a las tres de la tarde), me desperté con mucha sed y un poco raro, me acordé de pronto del tema azúcar, sin prisa pero sin pausa me fui al centro de salud que lo tenía cerca, antes de ello me recorrí la calle principal unos veinte minutos de abajo arriba y de arriba abajo, oliéndome que podría ser una subida de azúcar, pero claro, eso era hacer trampa, no quería asustarme; lo cierto es que entré a urgencias y efectivamente tenía más de 200 y eso que estuve andando, no quise ni pensar a cuánto la tendría antes de entrar.
Me tuve que poner en marcha, la doctora me comentó que bajando algo de peso, unos diez kilos, todo se regularizaría, no estaba muy gordo pero tenía sobrepeso y ahí empezó mi peregrinar por el mundo de la diabetes.
¡Qué complicado hacer dieta! Yo que estaba acostumbrado a tomarme mis tapicas con mis amigos y en especial con mi amigo Agapito.
Necesitaba mucha fuerza de voluntad para poder bajar de peso pero ¿cómo adquirir esa fuerza de voluntad?
Aunque me sentía capaz de hacer una dieta, sabía que iba a ser muy duro.
Me planteé el objetivo, en este momento era bajar de peso.
Planifiqué cada día a corto plazo.
Intenté relativizar el problema que tenía y charlaba de vez en cuando con algún amigo que ya había hecho alguna dieta.
Flaqueé algún día, pero fui tolerante a la hora de venirme abajo, creí en mí, me sentía capaz. Cada día me decía: “tú puedes”.
Me motivaban las pequeñas cosas, como ir al herbolario a por pan de proteína, por ejemplo y cree ciertos hábitos.
Todas mis estrategias que me ayudaron a mantener esa fuerza de voluntad
Así pues, me puse en marcha y estuve más de un año haciendo dieta y ejercicio, llegando a bajar 18 kgs. Lo había conseguido pero mi azúcar seguía conmigo, yo ya le llamaba “mi okupa”.
Visité varios endocrinos, no me lo podía creer , después de hacer tanto esfuerzo, todavía no había solucionada mi problema.
Empecé con la medicación adecuada durante unos meses e igualmente tampoco funcionó.
Aquí fue cuando ya me dijeron que necesitaba insulina. Todavía recuerdo aquella tarde, salí de la consulta sin rumbo, impotente, andaba como ausente y así estuve durante más de dos horas, llamé a mi gran amigo Prudencio y me desahogué con él, me escuchó. Es importante tener a amigos, se siente alivio.
Estuve como una semana con la insulina en casa pero sin ponérmela, no aceptaba la situación, me sentía sin fuerzas, sin ganas, ¿por qué a mí?, hasta que no tuve más remedio que hacerlo aunque sin aceptar mi nueva situación.
Poco a poco fue pasando el tiempo y el azúcar empezó a estabilizarse, la insulina y la alimentación fueron primordiales, gané un poco de peso pero mejoré.
Hoy, después de dos años, miro el vaso medio lleno y aunque no he aceptado totalmente que soy diabético intento saborear cada momento con los míos y puedo decir que me siento tranquilo y con ganas de seguir adelante.